Una parte de un viaje, que salió mal
1 de febrero de 2016, COSTA RICA
Últimos días del viaje. De cinco amigas quedamos dos: Nicu y yo. Ya no teníamos nada planeado: ni lugar, ni hostel, ni actividades para hacer. Estábamos en Tamarindo medio enfermas las dos y decidimos terminar el viaje en La Fortuna, para hacer la excursión del volcán arenal.
Para eso teníamos que combinar 4 buses: De Tamarindo a Liberia, después a Cañas, pasar por Tilarán y por último La Fortuna. Tardaríamos 6 horas si todo salía bien. Pero no. Me desperté a la madrugada con un dolor de cabeza insoportable:
Calor.
Frío.
Sed.
No teníamos más agua y la de la canilla no era potable. Me quedé despierta hasta que a las 4 y media salimos a esperar al primer bus. Todos los Ticos con los que hablábamos nos decían lo mismo: que seguro era dengue, que en Tamarindo es muy común, que se cura con ibuprofeno y “un jugo de naranja muy bueno que era nuevo en el país” -Gatorade-. No estaba tranquila y no había ningún hospital cerca, así que decidimos que iríamos al hospital cuando llegáramos a Liberia, el primer destino.
Las dos horas de viaje fueron un infierno, mi dolor de cabeza no paraba y para que no me de tanta luz me cubrí con un pareo toda la cara. Apenas bajamos nos subimos al primer taxi que vimos y nos llevó a un hospital, público. No sabíamos con qué nos íbamos a encontrar ni en qué parte de Costa Rica estábamos. Había gente amontonada por todos los pasillos, algunos en sillas de ruedas, otros en camillas en muy mal estado. Mucha suciedad y todo muy anti higiénico para ser un hospital. Sacamos turno para que nos atendiera el hombre de la guardia que nos tomara la fiebre -las dos estábamos con 37- y ese médico nos derivó al médico correspondiente. Otra fila larga.
La consulta duró cinco minutos y me mandó a sacarme sangre para ver si efectivamente era dengue o no. Esperar ahí fue una pesadilla: mucha gente haciendo filas incomprensibles para que les saquen sangre, otros con tarros con orina en la mano que con el calor parecía que se les iba a derretir, olor a tubería y muy pocos asientos. Todo lo que veía a mi alrededor me daba desconfianza, tenía miedo y no entendía por qué estaba ahí. Hablando con la gente de la fila me contaron que ellos habían tenido dengue alguna vez y que no era grave, y, si bien intentaba relajarme, pensaba también en la cantidad de colectivos que nos faltaban y me volvía a bajonear.
Después de la extracción esperé una hora para los resultados: negativo. Me tranquilicé y casi automáticamente, el dolor de cabeza disminuyó. Me recetaron ibupirac y paracetamol y me mandaron a pagar. ¿Pagar? ¡¿80 dólares?! ¡ERA MÁS DE LA MITAD DE LO QUE ME QUEDABA PARA EL RESTO DEL VIAJE! “Yo tengo la assist card”, le digo y la señora del mostrador me contesta que no sabía qué era eso pero que si no tenía efectivo podía ir al cajero den frente. ¡No tengo tarjeta de débito, Nicu tampoco! Me empecé a desesperar, empecé a explicarle a la señora que no sabía que tenía que pagar, que no sabía que no tenían tarjeta y que de haber sabido que salía tan caro no hubiese hecho ninguna consulta. Ella me escuchó y se levantó a buscar a su supervisor, me desesperé más y me puse a llorar desconsoladamente. Intentaba despertar con la mirada a Nicu que dormía en una silla abrazada a su bolso. No sabía qué hacer. No sabía si ella tendría suficiente plata como para prestarme en el caso de tener que pagar la consulta.
Vuelve la señora con un papel en la mano y me dice “Ya está”. “¿Cómo que ya está? ¿Qué tengo que hacer?” le respondía mientras intentaba no seguir llorando. “Ya lo arreglamos, no hace falta que pagues nada”. No entendía nada, pero le agradecí entre lágrimas y desperté a mi amiga para irnos de ese infierno.
Nos tomamos el mismo taxi con el que llegamos y fuimos a la terminal de bus para retomar con la ruta. El viaje que debería haber sido de 6 horas, terminó durando más de 12, y llegamos a La Fortuna a las 5 de la tarde.